Unos delincuentes tras un tiroteo con la policía
consiguen escapar en un tren subterráneo. Pronto descubren que la infernal
máquina no se detiene en las estaciones que pasan y cada vez acelera más su
marcha hacia un destino desconocido…
Cuenta la leyenda que dos atracadores fueron
cercados por la Policía y, en su huída, tuvieron que abandonar su vehículo de
fuga y adentrarse en una estación de metro. En su desesperada carrera, comenzó
un tiroteo en los pasillos de la estación, en el cual un certero disparo de uno
de los ladrones impactó directamente en la frente de uno de los policías,
matándolo al instante.
En mitad de la confusión, y mientras el resto de agentes se parapetaban
tras unas columnas, la pareja de delincuentes consiguió subirse a un tren
mientras escuchaban a su espalda la detonación de más disparos de los policías.
Pocos instantes después la máquina emprendió su marcha, escapando dentro de
ella los ladrones.
Era de noche y el vagón estaba prácticamente
vacío, sólo había dos personas más en el tren que acababan de abordar. Un
mugriento mendigo encapuchado que parecía inconsciente por su borrachera,
aunque no soltaba una bolsa de papel con la cual protegía una botella de licor.
Y un hombre con aspecto de abogado que, perfectamente trajeado, dormía con la
boca abierta y muy probablemente se habría pasado de estación hacía bastante
tiempo. Los atracadores, al comprobar que no estaban en peligro, empezaron a
reír su suerte y a trazar un plan de fuga:
“Probablemente en la puerta de la próxima estación nos esté esperando la mitad de la Policía de la ciudad; así que, en cuanto bajemos de este trasto, tenemos que meternos corriendo en el túnel. Dentro ya buscaremos cómo escondernos o escapar” –dijo el que parecía más inteligente de ambos; el otro, asintió mientras vigilaba al resto de pasajeros.
La estación se acercaba y, asustados por la
posibilidad de que un grupo de agentes armados les esperaran en el andén, se
agazaparon bajo los asientos: de ese modo, los asientos servirían de parapeto
en caso de comenzar de nuevo un tiroteo. Pero, para su sorpresa, el tren no
solamente no se detuvo en la estación sino que además aumentó su velocidad de
marcha.
“Estos estúpidos nos están tendiendo una trampa, seguro que nos quieren llevar a un lugar que ya tengan controlado para evitar que muera alguien más en la estación. Seguro que han dado la orden al maquinista para que no se detenga”
Visiblemente asustados, comenzaron a caminar
como locos por el interior del tren mientras buscaban un modo de escapar; pero
las puertas parecían selladas e incluso, disparando a la manilla que les
permitía cambiar de vagón, no consiguieron su propósito.
Una nueva estación pasó ante sus ojos a toda
velocidad, pero esta vez se dieron cuenta de un detalle que en la anterior
ocasión no detectaron. La gente que había en el andén esperando no parecía
inmutarse, como si no pudieran ver la potente máquina que cruzaba a toda
velocidad por la vía.
El tren aumentaba su velocidad con cada metro
recorrido y parecía adentrarse en las entrañas de la tierra. Pues cada vez se
podía percibir con más claridad la inclinación del vagón y su vertiginoso
descenso.
“¿Qué pasa aquí? Esto no lo está haciendo
ningún policía” – dijo el más callado.
De repente la luz del tren comenzó a
parpadear y tras cada momento de oscuridad el vagón parecía distorsionarse y
volverse cada vez más tétrico. Una especie de material viscoso similar a la
sangre comenzó a brotar de la paredes, los asientos que antes parecían nuevos envejecieron
de golpe y se mostraban oxidados y con el plástico derretido. Era como si
hubieran sido expuestos a altas temperaturas o alguien se hubiera dedicado a
quemarlos con una llama.
Aterrorizados e incapaces de articular
palabra, vieron como una nueva estación se acercaba, pero esta vez no
encontraron un andén a su paso. En su lugar había una especie de cámara de
tortura en la que despellejaban vivo a un desdichado que gritaba de dolor
mientras lloraba sangre. Las cámaras se sucedían una por una y la velocidad del
tren se había aminorado, como para “deleitar” a sus pasajeros con las más
crueles y brutales formas de torturar y causar dolor, que cada vez eran más
sádicas y salvajes.
De repente el tren se detuvo y el mendigo,
que hasta el momento parecía inconsciente a causa de su borrachera, se levantó.
Los atracadores se quedaron petrificados al observar bajo su capucha unos
brillantes ojos amarillos y un rostro rojo adornado por una puntiaguda barba.
“Tú te bajas aquí, estafador: –dijo mientras levantaba con un solo brazo al hombre trajeado y lo lanzaba fuera del vagón.
Inmediatamente un par de sombras que aparecieron del suelo le levantaron y llevaron hasta un foso lleno de gusanos. El estafador comenzó a gritar mientras los gusanos le atravesaban la piel y comenzaban a devorarle por dentro.
“Estos gusanos te devorarán en vida, como tú lo hiciste al lucrarte como un parásito del trabajo y el dinero de los demás para llevar una vida de lujos- dijo el falso mendigo que al que ya fácilmente se podía distinguir como un demonio. –Ustedes no tendrán tanta suerte, Ustedes van mucho más abajo”
Al día siguiente las crónicas de todos los
periódicos anunciaron la muerte de un policía y dos atracadores que fueron
abatidos a pocos metros del tren en el que pretendían escapar.
NOTA: El relato anterior no es en sí una
leyenda urbana, sino más bien un cuento que dramatiza del temor que sienten
muchas personas al adentrarse en la tierra. Son muchas las leyendas de personas
que avanzando por el interior de una cueva y corren una suerte similar a la de
los protagonistas de esta historia, desapareciendo en sus profundidades. Y es
que el hombre por naturaleza se siente incómodo cuando sabe que se encuentra
enterrado varios metros y con toneladas de tierra sobre su cabeza. Así mismo
los trenes suburbanos (el metro) parecen una mina inagotable de mitos y
leyendas contemporáneas donde los protagonistas reciben un justo castigo por
sus culpas o errores.